Las ramas se batían lentas ante un suave viento del oeste, último testigo de las salvadas tormentas. El cielo, claro, brillante y despejado, terminaba en un horizonte abarrotado de grises nubes en retirada. En el camino central del bosque, un carruaje atravesaba con cierta ligereza el barro, procurando no quedar varado. Dentro de él, las risas y los gritos se mezclaban, haciéndose audibles en varios metros a la redonda.
-¡Basta! ¡Quédense quietos! -gritó la mujer a los niños que, sentados frente a ella en el carruaje, tiraban de piernas y brazos una muñeca de trapo, riendo cada vez que alguna de sus extremidades se descocía. No hicieron ningún caso a su madre y continuaron el juego, mientras la mujer se tomaba los costados de la sien y, asomando la cara por la ventana, decía-: ¡Martén! ¿En cuanto llegamos? La cabeza me está matando.
El esposo, quien se encontraba sentado junto al chofer, apenas prestó atención a la pregunta, respondiendo:
-Son sólo un par de horas, Crera. ¡Has callar a los niños! Despertarán a los animales...
La mujer volvió a meter su cabeza por la ventana y, acercándose amenazante a las caras de las dos criaturas dijo:
-Ya escucharon a su padre: si continúan molestando, los lobos del bosque vendrán a buscarlos y los dejarán justo como esa muñeca. ¿Entendieron?
Ambos callaron asustados, mirando por entre las cortinas la espesura, en busca de la amenaza anunciada. Fuera, el padre y el chofer conversaban con tranquilidad.
-Ha sido un viaje tranquilo. Tuvimos suerte de permanecer en la posada durante la tormenta. Es un extraño clima para este momento del año, ¿no le parece?
-Es cierto -contestó el chofer-. De todos modos este bosque siempre fue la zona más húmeda del reino; este tipo de lluvias se dan durante todo el año.
-Incluso este barro es maravilloso -exclamó el hombre, llenando sus pulmones del aroma que les rodeaba-. En nuestra morada pasamos meses enteros con un calor abrasador para que sólo un triste viento corra este mes; si no tuviésemos esta casa, creo que mi mujer moriría, más que del calor, de los nervios. Si la viera en las habitaciones, en su cama todo el día con los niños correteándole alrededor...
-Debe ser un sufrimiento enorme para ella- respondió el chofer con amabilidad.
-¿Para ella? ¡Para mí querrá decir! -replicó el hombre burlón-. Tener que soportar sus quejas cada vez que hace calor, lo que significa todos los días, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Claro que se calma con solo recostarse en un sillón y ser abanicada por algún esclavo.
-¡Eh! -gritó la mujer asomándose nuevamente-. ¡Déjate de hablar mal de mí! ¿Te parece bien andar contando nuestras cuestiones a cualquiera?
-¡Está bien, está bien!- respondió el marido ofuscado, pensando para sus adentros que ella tenía razón.
El conductor, cambiando de tema para salir de las circunstancias preguntó:
-¿Cuándo es que va el Señor a Grista? ¿Me había dicho esta semana?
-Sí -respondió el otro-, es esta semana, por unos pocos días solamente. Tengo que arreglar con el comerciante de esta zona por las cosechas. Me han dicho que se está tomando la costumbre de cobrar de más sin decírmelo. No es un problema que pueda obtener mayor cantidad de dinero, ¡mejor será!: mientras alguien pueda pagarlo entonces ganaré. Pero que sea él quien se quede con la diferencia, es otra cosa.
-¿No puede usted acudir a los soldados para encerrarlo?
-Eso preferiría evitarlo... -dijo el hombre poniéndose algo incómodo-. Hay cuestiones de impuestos sin resolver -agregó, pero notando que había hablado de más, añadió-: Es mejor que lo arregle yo mismo.
Dentro, la esposa intentaba controlar nuevamente a los niños, a los que el susto les había durado poco.
-¡Les dije que se queden tranquilos! Cuando lleguemos van a tener todo el tiempo para jugar, pero este viaje ya es bastante molesto como para que ustedes lo empeoren.
No había terminado de decir la última palabra cuando el carruaje dio un súbito freno que casi lo hace volcar, sacudiéndola a ella y arrojando a los niños contra la puerta.

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